domingo, 1 de septiembre de 2013

¿Quién Podrá Detener Esta Escalada Mortal?


¿QUIÉN PODRÁ DETENER ESTA ESCALADA MORTAL?

(Inocencia Orellana)

     Hace ya algún tiempo, en nuestro país, la gente se moría de muerte natural, como todo mortal, hasta ese entonces la muerte violenta no formaba parte de la cotidianidad. Hoy ya no es así. La muerte violenta llegó y pareciera que cada día triunfa ante la mirada indiferente de una sociedad que acepta morir de esa manera.

     Hay muchas formas de morir: No nos referimos a la muerte de la que nos hablan los poetas como el sello de un pacto de amor. ¡No, para nada! Cada día morimos un poco de muerte natural, es como una muerte lenta, aunque no lo percibamos y seamos inconscientes de su proceso a pesar de sentirnos inmortales cuando somos jóvenes.
     Hay muertes, como consecuencia de una catástrofe natural, a veces estos eventos no son tan naturales, donde la madre naturaleza les recuerda a los humanos, que son dueños de la nada, ni siquiera del mundo que les rodea. Les recuerda que han hecho muy mal uso de su territorio, construyendo casas, quintas, en los cauces de los ríos. O en las torrenteras de las quebradas. O en terrenos inestables.
   Hay muertes, producto también de la inconsciencia traducida en imprudencia e irresponsabilidad de los conductores sobre todo en los períodos donde la vida y la alegría son las invitadas.
     Hay muertes, producto de una fase terminal de una larga y penosa enfermedad como suelen decir cuando muere “alguna personalidad”, al fin y al cabo muere en su cama y aunque dolorosa, los familiares la aceptan y se preparan para la despedida del ser querido.
     Otra forma de morir es de manera súbita cuando el corazoncito ya no da para más, producto de nuestros descuidos en una carrera contra el tiempo y donde no falta la famosa frase “no tenemos tiempo para el chequeo médico”, o el mañana voy y de repente se murió de un infarto, o simplemente porque nos tocó la hora. Esta muerte nos deja sin piso por lo sorpresivo, lo imprevisto: “Pero… si esta tarde nos despedimos y quedamos en vernos esta noche.” Un vacío se apodera de nuestro cuerpo y los recuerdos vienen a calmar el dolor.
     Sin embargo, aquí en Venezuela, llama poderosamente la atención un tipo de muerte que se ha ido instalando como quien no quiere la cosa, ante la indiferencia de toda la sociedad, de una sociedad que no reflexiona sino que reacciona de manera ciega en forma aislada y esporádica como una válvula de escape, ante las muertes que ya forma parte de nuestra cotidianidad. Son las muertes violentas. Muerte por sicariato, muerte por robo, por atraco, a mano armada, por venganza, por sacrificios, por nada, “hasta muerte por amor”.
   Cualquier hijo de vecina puede ser víctima de ella, no importa la condición generacional, política, social, cultural o religiosa. Anteriormente, a ciertos sectores de la ciudad de Caracas se los denominaba “zona roja”, para indicar que era una zona insegura, donde se corría riesgo se ser atracado o se conseguía un “boleto de salida sin regreso” al más allá. Y las ciudades del interior eran un poco mas tranquilas. Ahora nuestro país se ha convertido en una gran “zona roja” sin referirnos a cuestiones políticas, ya que hasta en zonas impensables del interior de nuestro territorio el índice de muertes violentas se ha incrementado significativamente.
     Como si fuera poco, la muerte ahora se ha convertido también en un slogan “Patria socialismo o muerte”. Cada vez que oímos esa frase un escalofrío nos recorre el cuerpo porque recordamos los muertos que nos ha tocado ver y recoger en nuestros brazos, y un día lloramos y preguntamos: ¿por qué así, de esta manera?
     En un país donde mas de 40% de su población es joven, no debe tener cabida las muertes violentas, sino la muerte a la que todos estamos llamados, la muerte natural. Los jóvenes son la vida, son la alegría, son el relevo, con su morral de ilusiones, su carga de esperanza, son un canto a la vida para renovar la sociedad que les dejamos.
     En países desarrollados, por menos de esta situación que estamos viviendo ya se hubiese constituido en un problema de Seguridad del Estado, o en un Problema de Salud Pública. Leemos las historias de los crímenes como si fuese el final de una novela y a otra cosa mariposa, hasta que le toque el turno al ciudadano lector, porque en Venezuela nadie escapa a ello. Y la vida sigue después de todo…
     Pero las pérdidas irreparables no son sólo para las familias sino también para las instituciones, para la economía del país, para la sociedad toda, que se ve afectada pero… de eso no se habla. Lamentablemente estamos en nuestra Venezuela insólita, donde cualquier cosa puede ocurrir menos lo que debería ser.
     Mientras tanto, ¡la muerte triunfa! ¿Quién podrá detenerla?

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